viernes, 2 de noviembre de 2012

Abuelo

Sus grandes manos calientitas aferrándose fuertemente a las mías y sus ojos de miel brillando como cristales esa última noche. No queríamos despedirnos. Fue un medio abrazo ahogado en la emoción  del momento y el miedo de quizá no volvernos a ver -porque nadie sabe lo que viene después-. Yo solo sabía lo que ha pasado: que lo extraño mucho. Que desde que se fue, nada ha vuelto a ser igual.
Yo sé que se hubiera quedado. Yo quería quedarme, pero ya no era posible; estabamos muy cansados, de tanto platicar historias que no me tocó vivir pero eran parte de mi: las minas, los caballos, el gran amor que los llevó hasta aquel momento y me había puesto aquí... las tres últimas noches las pasamos sin dormir. Al final yo ya tenía sueño, pero esas manos me despertaban. Y su mirada. 
Ahora que lo pienso, fue todo muy rápido aunque las horas parecieron fluir tan lentas... y mi cuerpo cansado...  Dormí por todo un dia y toda una noche. Y mis brazos y piernas descansaron, pero mi alma siguió dolida, porque al perder algo así ¿cómo puede ser igual de plena que antes? El dolor solo parece esconderse por un rato, y en días como hoy regresa. Ya no con llanto o abrazos de simpatía; quizá hay quienes ya no lo recuerden, solo algunos como yo. Es solo un dejo de apatía, un velo gris que cubre las horas en que lo extraño.   

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