sábado, 17 de agosto de 2019

Nunca me han violado

Tal vez yo no tengo derecho a quejarme porque a mí no me han violado. Me han venido siguiendo por kilómetros enteros desde un auto cuando yo iba caminando, también desde otro auto cuando yo iba conduciendo. Un hombre me siguió en su bicicleta, otro iba en moto. Muchos a pie. Me han seguido de a uno, de a dos y en grupo; esos fueron los más preocupantes, porque iba yo sola o con otra mujer, incluso con mi hija; una niña. Los muy cobardes. Me han seguido tantas veces, que ya perdí la cuenta.

Nos pasó tantas veces a mi hija y a mí, que desde los diez años ella carga con navaja y gas pimienta y aprendió cómo usarlos. Tanto, que se ha vuelto cínica y reacciona con más ira que miedo.

Eso le ha servido para escapar de peligros, como la vez que la venía siguiendo desde la parada del bus en el breve tramo a casa, un idiota vestido de payaso y ella lo ahuyentó improvisando un lanzallamas con su encendedor. O la vez que un pendejo se desabrochó el pantalón y le mostró sus miserias.

Le ha servido porque así  es el mundo donde le tocó vivir y no hace más que defenderse, pero mi corazón de madre llora por ella, porque en su juventud ella debería preocuparse por sus materias de la escuela, por ir a conciertos y comer pizza con sus amigos. No por estar siempre a la defensiva, atenta al pendejo de hoy y cómo se va a defender. Le robaron su inocencia.

Me sorprendió una vez cuando  le hizo una seña con el dedo a nuestro vecino septuagenario. Cuando le pregunté el por qué, me dijo que cuando su padrastro y yo no estamos en casa, el vecino se planta en la banqueta, desde donde mira a su ventana . Que a veces él toca nuestra puerta -aun de madrugada- para decirle palabras soeces y una vez intentó entrar. Que se para desde el balcón -mal construido en su propiedad-, para poder ver hacia nuestro patio y cocina y desde ahí la observa.

A mi hija tampoco la han violado. Pero ni ella ni yo nos sentimos seguras caminando por una calle cualquiera, ya ni siquiera en nuestra propia casa. Y no solo por el vejete. Antes de vivir allá, vivíamos en otra casa y era frecuente escuchar pasos en nuestra azotea en las madrugadas. Eran dos hombres, a veces solo uno. Varias veces nos despertaron de nuestro sueño, mi hija se venía a mi cama o yo a la de ella, nos abrazábamos y permanecíamos en alerta, agazapadas, listas para patear testículos y gritar fuerte... Pero ellos se iban, nunca entraron estando nosotras en casa. Estábamos bajo ataque solo escasos minutos. Pero esos minutos eran suficientes para ya no poder conciliar el sueño. Y podemos decir "es que no pasó nada". No nos violaron. Pero, ¿acaso algo así es justo?

Llamábamos a la policía. Cuando nos contestaban, mandaban una unidad, pero siempre tardaba en llegar. Otras veces no lográbamos comunicarnos. En dos ocasiones se metieron a robar cuando no estábamos. El único apoyo que teníamos cerca, era el vecinito flaco puberto que vivía en la casa de enfrente, de la edad de mi hija. Pero con más huevos que esos acosadores que se decían "hombres".

En otra casa -es que abundan los pendejos, ¿o de plano tenemos mala suerte?- una vez se metió el marihuano del barrio a robar objetos de nuestro patio. Los envases de vidrio, tanques de gas, herramientas y fierros, todo se llevó. Mi hija y yo oíamos ruidos, pero estaba oscuro y nosotras dormidas, tardamos en identificar lo que estaba pasando. El idiota de mi ex-marido le había dicho a "su amigo" -otro vecino- que nos dejaría solas unos días por viaje de trabajo, que le encargaba mucho. Qué ingenuo.

Le hablamos a la policía, pero primero llegó mi madre. Bajó de la silla que había puesto para brincarse la barda a esa escoria humana que estaba robándome. Le puso una golpiza, hasta que los policías le dijeron que si seguía golpeándolo, tendrían que llevársela también a ella.

Creo en los buenos elementos de policía, he visto varios. Pero en el momento que lo necesité, me han defendido más mi madre, mi hija y el vecinito puberto.

Sé lo que es vivir bajo asedio, es horrible, pero aún así me considero con suerte. Nunca me han violado.

Y tal vez por eso, a pesar de todo lo que me ha pasado, no tengo derecho a quejarme. No tengo el derecho a destruir propiedad ajena, a pesar de que un ex-novio a quien yo amaba y en quien confiaba, se quitó el condón a mitad del acto sexual sin mi consentimiento. Cuando lo confronté, dijo: "¿Por qué te enojas? Yo lo hice por tratarse de ti, creí que entre nosotros no había problema".

Tal vez el hecho de haber sufrido infidelidades y violencia física, emocional y financiera de parte de mi ex-marido, no me da el derecho a hacer pintas ni romper vidrios. Ciertamente, eso no me regresaría a mi amiga que hace veinte años, siendo aún menor de edad, salió de su casa a cortarse el cabello y nunca regresó. No va a recuperarle a mi otra amiga su semestre perdido cuando, estando en Bachilleres, salió embarazada de su entrenador cuarentón que la obligó a abortar.

No sé... Creo que hacer destrozos tal vez no evite que violen o maten a una más de nosotras. Lo que sí está logrando es iniciar una conversación. Salir en las noticias, para variar no como víctima, sino esta vez algo diferente. Nos falta mucho camino por recorrer todavía. Mucho qué cambiar. El mundo está polarizado entre la violencia y la indiferencia. El ataque y el contraataque. Pero el cambio anhelado no se ve en el horizonte todavía. Yo también quiero paz. Pero me doy cuenta que como sociedad, aún no estamos listos para eso.

Nunca me han violado. Ésa es una experiencia que espero nunca vivir ni ver tan de cerca. Desde mi trinchera cuidaré a mi hija, a mis hermanas y mis amigas. Sepan que no están solas. Yo solo espero regresar entera a mi casa cada vez que salgo.

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