sábado, 4 de julio de 2020

Placer y dolor se entrelazaban en un solo aullido bajo, ronco, ahogado por su propia mano, mientras la de él la tomaba de la carne, o la apretaba del cuello, una sola mano es suficiente para atraparla como avispa en una tablilla de disección, inmovilizada, con una mano le rodea el cuello apenas tocándole, cuidando la fragilidad de ella, su pequeño cuerpo liviano.

En cambio, él todo un gigante, sus manos peligrosamente grandes, tan tibio y suave pero enorme, como una frazada reconfortante pero enorme, todo liso, agradable, firme, inofensivo solo, como un gigante gentil; como se les habla a las plantas cuando se quiere que crezcan. 

Nadie mejor que él. Tan cuidadoso. Al menos hasta que se olvida de todo y olvida su tamaño.  Entonces ella es un avispa atrapada, prendida en la piel caliente de él. Y el mundo se arregla en suspiro. Y todo está bien. 

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