Con cuidadosa coreografía, las puntas de mis pies a penas
deslizándose sobre el piso, me dirijo a la puerta sin darle la espalda, sin
dejar de mirar ese, su sueño hermoso y tranquilo, que horas atrás nos hubo
costado tantos besos y caricias, mi anhelo más caro el compartirlo; él siempre
lo ha sabido, aunque desconfía de mis motivos.
Esta vez no es otro encuentro de placer ajeno, buscando de
manera impersonal un bien mayor, apostando la que quizá sea mi única carta, con
el pretexto de jugar a ser lo que no soy: la salvación de muchos –no porque
ellos vivan en mi corazón, sino porque sé de mis errores y no he podido
encontrar mejor manera de enmendarlos.- Y es que aquí en mi corazón, nadie podría
vivir; era un rincón muerto de mi ser, marchito ya desde mucho tiempo atrás,
antes de decidir que podía dedicarme a esto.
Sin embargo, en medio de éste gris amanecer, nada me resulta
más difícil que dejarlo. Satisfechos los dos –él con cada sensación y cada
mínimo capricho, yo con lo que tomé de él- siento por primera vez el extraño
impulso de ignorar mi propio código y anidarme en su pecho y entre sus brazos
tan anatómicamente perfectos para mí, solo por un rato más. Tanto esperé por
ésta noche que ahora poco a poco se nos escapa de la oscura habitación, cediendo
el paso a una mañana que no quiero… Un rato más junto a él. Total, ya lo he
desnudado ¿cuál será la diferencia?
Me acerco a él y escucho sus latidos. Aun sabiendo que es un error y a estas alturas, el precio que se paga por estos, suele ser la
vida. Solo observo pues temo que si le abrazo, nos quedaremos juntos como
aquél mes en que nos conocimos, en aquellos otros tiempos, cuando existían los
sueños. Desearía no comprender esto que siento. Mis días están contados.
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