Los mismos caminos que conozco, ya desgastados entre el tráfico
y las prisas, los he vuelto a recorrer y parecían distintos. Hacía ya tiempo que
no caminaba por las calles de mi Chihuahua, que inadvertidamente se fueron
llenando de recuerdos al paso de los años (o quizá fue la lluvia quien los trajo)
liados en el silencio de la noche con
cada uno de mis pasos solitarios.
Caminé hasta llegar
al puente que solía atravesar para llegar a casa cuando, ya muy avanzado mi
embarazo, terminaba de dar mi clase de las ocho y no alcanzaba al transporte.
De paso se escuchaba la música de salsa, ese ambiente amable
y alegre de nuestras salidas en grupo, y recordé el comentario que tanto me
hizo reír aquella vez: “llevas cuatro”, no pude evitar sonreír.
Pasé por el hospital donde, desde el tercer piso, miré las
luces de la ciudad ahogando mi llanto aquél frío diciembre mientras mi abuelo
agonizaba.
Y finalmente, la avenida con la dulce indulgencia del
recuerdo de la última vez que él pasó a buscarme…
Es ahora que comprendo la distancia; por qué él se fue a
otra ciudad, mientras que cada honda memoria se niega a irse, se queda conmigo,
e incluso tal vez a veces viaje y le visite…
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