domingo, 14 de julio de 2013

Felicidad

No creía en los cuentos de hadas, hasta que me di cuenta de que estoy viviendo en uno. Entre lo blanco y suave de su piel, sus muslos tibios y el santuario de sus brazos, la calma que me regala con cada latido y esa sensación de total seguridad.


Robamos minutos a las mañanas, sólo para estar juntos. Nos escapamos a comer, reímos en secreto. Su mirada luminosa me confirma lo que sus actos y palabras cada día me dicen: que para él yo soy preciosa –aunque disto mucho de serlo- pero sé que soy su amor, y ése amor lleva dentro de sí su propia verdad.


Yo también lo amo. Amo cada instante en que conspiramos de madrugada, cómo en la oscuridad nuestros cuerpos se encuentran, amo su sonrisa y todo lo que no necesitamos ni tememos demostrar.
Amo el no poder fingirle un orgasmo, ni un “estoy bien, no pasa nada” y que, aunque a veces ni yo misma sepa qué es lo que me pasa, él me reconforta como si lo supiera, como si pudiera comprender cada una de mis lágrimas, aun antes de que asomen.


Amo como aún dormido, me acaricia con el mismo cuidado como lo hace despierto y cómo cuida de mi sueño, especialmente en mis noches largas; no sé cómo, pero sabe cuando lo necesito… Para alguien como yo, es difícil creer en tanta dicha; por eso, ya no trato de explicármelo: sólo sé que lo siento casi todo el tiempo y sin aparente motivo, cuando inadvertidamente me estás mirando sonreír.    

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