Sonreí al darme cuenta de los dulces detalles que él abraza
y de cómo son los tonos más bajos de su voz los que dicen las partes medulares
de nuestras conversaciones secretas –y no por ocultarnos en algún closet o bajo
las sábanas, sino en la complicidad y misterio indescriptibles que nunca nadie
fuera de nuestra burbuja índigo, podría
comprender-. Difícil sería el explicar ese gesto y las sensaciones que le
acompañan, esa certeza de que el tiempo compartido vale más que separados, que
hay correspondencia, eco, complemento.
Me muerdo los labios al mirarle, con mi loco afán por
protegerlo de sus neurosis ¿quizá porque de alguna manera me recuerdan a las
mías, de niña frágil y apegada? …Esos miedos de quien sabe demasiado y ha
aprendido a temer por anticipado y a temer por los demás. Me sacudo entonces el
algodón de sus palabras en mi cara y lo estrecho fuertemente entre mis brazos murmurando
despacito: “todo va a estar bien…”
¡Oh, y yo con mis ganas de llegar y devorarle, arrancando
ropa y suspiros, buscar mi nombre entre las cenizas de sus sueños, abrirme
camino paso a paso por su piel haciéndole cosquillas!
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