Ella estaba aquí antes que yo. Y seguirá allí después de que me haya ido.
Aunque tengas que tomarla de su brazo para no venir a
perderte a los míos
y mezclarnos en uno de esos abrazos sin límites claros, de
esos que gritan:
¡Cuánto te extrañé!
Aunque ella no te guste tanto como yo (perdona que mencione
lo evidente)
y nosotros no podamos ser “nosotros”.
Ella estaba aquí antes que yo. Y no se ha ido porque tú no
quieres.
Porque nos empeñamos en perpetuar éste error.
Quizá tendré que ser un tanto como tú y buscarte solo cuando
te necesito
porque si te busco
cuando quiero, será un desastre.
Y si te permito buscarme cuando quieras, sería aun peor.
Aunque yo no entro en
tus esquemas. Nunca entré.
Pero al principio parecías mucho más dispuesto a hacer
trampa
y dejarme estar allí. Y yo de tonta, tan dispuesta a
quedarme…
Mi vida y yo somos un caos; intento no serlo, pero esa luz
me parece imposible y
a pesar de que quiero ser la mejor
–porque solo lo mejor tú te mereces-
inevitablemente te salpicaría gotas de tormenta.
Con ella, en cambio,
no necesitas paraguas
ni paracaídas ni colchón: te mantiene seco y salvo sobre el
suelo, bajo el cielo, seguro, quizá sentado en un sillón.
En tanto que yo busco mi propia salida y corro mis propias
carreras
-ninguna de ellas me
lleva hacia nadie, ni siquiera hacia ti-.
Por eso ¿Cómo no iba a estar ella aquí desde antes, si ella
sabe bien donde sentarse, mientras yo a veces no sé ni a dónde voy?
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