miércoles, 17 de octubre de 2012

Un corazón sin amor


El cielo gris es perfecto. Porque a diferencia del cielo nocturno, aun tiene un poco de luz. Porque no cala en los ojos, como el cielo azul brillante de una mañana soleada. Y sus manos: entrelazada la izquierda con la derecha para no sentirse solo ahora, después de los días desteñidos y silentes, en que ninguna otra mano se entrelaza más que la propia, izquierda con derecha. Sosteniendo un centro de gravedad invisible. Un alma insensible. Hace a penas unos minutos tuvo en sus manos el corazón de ella, quien le decía que tanto lo amaba. El nunca pudo ver ese amor; no lo encontró por ningún lado, buscando entre la textura   firme y fibrosa del músculo. Tras la tenue capa de grasa que recubre los ventrículos, ni en la aorta. Todos esos tubitos reventando de sangre, y esos tensos  hilillos que los surcan.  Quizá ese amor se hallaba extinto desde hace mucho y por ello ya no había roce de sus manos. O tal vez él solamente lo imaginó. Pero hubiera sido bonito… si tan solo hubiese estado ahí. Pero ese amor no estaba por ningún lado, y ahora ella era solo un cadáver que yace en una habitación sucia, junto a un corazón inservible, que él mismo tomó entre sus manos y por un momento pareció tibio y vivo, pero tan vacío de amor. Y ya no late más. 

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