Ver al cielo de tinta azul arriba, tan alto, me hace recordar que
estoy en la tierra. Eso, y nada más. El resto es confusión. Son horas
anestesiadas con un raro sabor a nada y la triste certeza de que no quepo en tu
esquema. Ni en el de nadie. Y pensar que mentí: porque haber creído en ti fue
engañarme a mí misma. O tal vez nos faltaron horas. Si hay algo que recriminar,
sería al tiempo, por no detenerse. Y todo lo que tardé en encontrarte… todo lo
que tardé en amarte, ahora ha pasado en vano. Tu amor no es mi compromiso o tus
brazos cansados mi consuelo; perdona, por no saber interpretarte, aquélla vez
que decidimos que no iba a contar y sin embargo no he dejado de sentirme
seducida por los ceros, quizá lo vacuo de tus ojos, quizá un “por siempre”
quizá un “jamás”.
Lamento haber sido muy poco para ti. O si te precipitaste a
juzgarme demasiado rápido, podríamos darnos otra noche mañana –quién sabe-
aunque parezca haber entre nosotros mucho más que distancia. Y noches
inconclusas. Y diálogos sinceros pero siempre superfluos, justo antes de que
duela o de que puedas decirme aquello que de igual manera yo ya sé y tanto he ansiado.
Y entonces miro de nuevo al cielo: me siento tan ínfima y leve como un pétalo de
cerezo en pleno viento, qué ¿A quién le importa? ya casi a punto de desparecer…
Uno nunca sabe a quien le importa hasta que desaparece. Y para entonces, es demasiado tarde.
ResponderEliminarMejor es la incognita.
Porque sin ella, ademas, tampoco hay vida.