Esa mirada directa e intencionada proveniente de sus
ojos de cedro en llamas y la forma en que cuadraba su cuerpo en ángulo al mío,
me hicieron desde aquélla primera vez, saber que esto era más que una noche de
pasión. Todo un cazador él; su instinto le hizo ir tras de mí. A mí, honestamente,
no me interesaba ni me molestaba, casi ni lo notaba. Es más: me era
indiferente. Pero decidí seguirle el juego y bailar junto a él.
Al poco rato,
ya me tenía acorralada alegórica y físicamente; tanto se me acercaba que me
llevó hasta la orilla de la tarima, de donde, al dar ese último paso hacia
atrás, casi me caigo. “¿Estás bien?” Fueron las únicas palabras que torpemente
articuló, al tiempo que extendía hacia
mí el antebrazo izquierdo: largo, con firmes músculos que abrían como un
trapecio hacia su codo, y la mano más grande, fuerte y cálida que hube tocado
en mucho tiempo; “Estoy bien, gracias” fue mi respuesta “Y no, no necesito
ayuda…” Agregué por inercia, mientras que le daba mi mano para poderme apoyar
en él. Realmente no me era necesario para recobrar el equilibrio, pero sí para
satisfacer mis ganas… yo deseaba tocar esa mano, así que decidí aprovechar el
momento. Y lo único que pude pensar, fue lo bien que se sentiría tenerla sobre
mi piel; en pocas palabras, lo acaba de conocer y ya deseaba que me manoseara.
Y
tal pareciera que me leyó el pensamiento, pues para alejarme de la posibilidad
de otro connato de caída, me tomó de la cintura –yo sonreía– y me acomodó justo
en el centro de nuestro espacio privado.
A mí no me gusta ser dominada, pero por alguna misteriosa y perversa razón, que
él lo hiciera se sintió tan bien…
Mis caderas describían suaves círculos sobre sus
muslos. Él seguía mis movimientos a ritmo de la música. Parecíamos dos engranes
en sincronía perfecta; yo lo sentía tan cerca, casi dentro de mí. Pues en
determinado momento, ya no eran solo sus piernas y pubis pegados a mis nalgas,
sino que podía sentir a través de su pantalón y de mi vestido su erección,
acompañada de esa respiración y esa mirada que me incitaron de inmediato a
desear mucho más de él. Una tibia y agradable nueva sensación se apoderaba de
mí, al tiempo que miraba cambiar la expresión de su rostro por una más dulce y
relajada.
Me detuve. La respiración no dejaba de oprimir mi
pecho latiente de deseo. El tiempo avanzaba y era casi imposible controlar esos
instintos que habitaban dormidos en mi cuerpo, quizá también de él, y que hubimos ignorado tantas otras ocasiones
antes de ésta mágica noche. Mis dedos, solamente ellos, con ligeras caricias de
libélula nocturna podían crear un segundo entre tanta excitación. Coloqué
dulcemente el dedo índice en sus labios, lo tomé de la nuca para inclinar hacia
mí su cabeza suavemente y poder besar su frente. Y me aleje de él deseando que comprendiera
mi extraño gesto: no soy cualquier mujer, no merezco este reino de bruma y
moho, por esa razón me retiro bajo la aurora de las luces mercuriales, gritando
en el silencio ¡tómame!
Una última mirada de sus ojos encendidos, al
alejarse mis caderas –que dócilmente le deje acariciar- llevándose mis piernas
el aroma de su loción y mi perfume en delicada mezcla. Mi cabello, mi aroma, y
la silueta de suaves curvas que se quedarían grabadas en su memoria; así como
sus manos, su antebrazo fuerte y lo que sentí de él al estar cuerpo a cuerpo,
tan juntos bailando… se han quedado en la mía.
...Me gusta tu forma de relatarlo,hasta pude imaginarme estando ahi presente y ser testigo de tan "químico-magico-musical" momento!!
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