Trato de encontrarme en relatos y poemas, pero siempre sin éxito; ni siquiera cuando éstos vinieron acompañados de un par de brazos tibios, sonrisas y promesas. Simplemente incapaz de juzgar si he sufrido mucho, o lo suficiente: sólo sé que he sentido, y de manera intensa, el dolor. Así como también la alegría, esa sensación de ser invulnerable, incorpóreo, de ser sonrisa y latido y que todo lo demás se ha esfumado. De no estar, sino ser… junto a la tibia piel que guarda un aroma familiar y memorias de confort. De aquélla que él quiso que yo fuera, ésa que le creyó quien dijo ser.
Solía pensar en personas. Pero ello, en general, me ha traído decepción y vacío. Por eso hoy pienso en acciones y en momentos. Acaricio la posibilidad, pero no sueño. Simplemente toco su cabello y le guío. Espero a que se acerque, mientras doy pasitos circunspectos hacia atrás y le sonrío, tomando de la noche lo que pueda; tal como el ladrón de besos que es el destino. Y por antonomasia, sabemos que el futuro… ya vendrá después.
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