Un paso adelante, uno atrás… unos cuantos giros del destino,
mucho contacto corpóreo, y va de nuevo otra vez… Resulta más que paradójico el
hecho de que éste baile me recuerde la “relación” que tenemos –lo llamo así en
el sentido literal de la palabra: “trato, comunicación de una persona con
otra”- ya que hace varios meses que no
nos hemos dado el gusto de bailar juntos. No puedo jactarme de mis –pobres-
habilidades como bailarina… quizá ése sea el problema: que no sé llevarle el
paso, él se mueve en forma y ritmo algo distinto a lo que mis movimientos
anticipan, y terminamos dándonos de pisotones o codazos emocionales, claro,
cada vez sin intención de daño, pero que por algún motivo han resultado
extrañamente traumáticos para su alborotada psique.
A veces siento que hemos
dado un paso adelante, me encuentro feliz y llego a creer que estamos por fin
avanzando, pero luego resulta que no: sin yo notarlo, él me guía con un paso
hacia atrás, un rápido giro, y volvemos a quedar en donde mismo.
Pudiera deducirse que el problema soy yo, tan acostumbrada a
los galanteos que me he vuelto insensible, frívola y descarada; pero no es así.
Sin falsas pretensiones, me parece justo
afirmar que me gusta la equidad, y en
las personas con quienes entablo algún tipo de relación, busco la misma
característica. Aunque no es posible estar el 100% del tiempo disponible para
nadie, me llenan de satisfacción los mensajes contestados, las llamadas
periódicas. Qué importa que pasen horas o hasta un par de días desde que se
recibió, siempre continuar la danza con un paso más, procurando seguir el
ritmo; como en toda coreografía, habrá sus errores, pero eso no es lo
importante.
La lambada es divertida mientras que la pareja quiera seguir
bailando… pero creo que yo con él, ya me estoy cansando. Lo maduro sería reconocer
que estamos en éste baile de dos, y si las cosas están así, es por culpa de los
dos; en vez de dejarme llevar por sus irregulares movimientos y seguir
bailando.
Quizá secretamente él prefiere bailar a ritmo de otro son,
dar algunos cuantos pasos alegremente y después soltarme un poco, porque “apretao no se baila
cumbia”. Que yo lo siga, posando suavemente mi mano en la suya y moviendo ambos
pies, para después dar un giro y caer de nuevo en sus brazos, y así una y otra
vez… No. Resultaría demasiado conveniente para él.
O pueda ser que se asustó al entrever en mi escenografía de
cuento que a mí me gusta bailar un vals, tan tranquila y coordinada, siguiéndonos
los pasos mutuamente con sumo cuidado, pero muy cercanos nuestros latidos y
respiración, respetando elegantemente siempre cada espacio… No. Eso suena
demasiado utópico.
Y sin importar la música que sea y la coreografía que
iniciemos, volvemos fatalistas a nuestra habitual danza, y terminamos bailando
como ya es costumbre, lambada. Intermitentes y de mal gusto. Y yo cansada y
fastidiada por el calor, cada vez le encuentro menos cuadratura a esto y me
están dando ganas de dejar la pista… Pudiera mejor decidirme a cambiar de música y botarlo a él y
a todos los demás. Subir a la tarima, modelar apoyándome en las barras y
después trepar muy alto y con gracia bajar despacito e inventarme nuevos pasos…
Si. Eso no sería tan malo; al fin y al cabo, en el tubo se baila sola.
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