sábado, 21 de abril de 2012

Bailando lambada


Un paso adelante, uno atrás… unos cuantos giros del destino, mucho contacto corpóreo, y va de nuevo otra vez… Resulta más que paradójico el hecho de que éste baile me recuerde la “relación” que tenemos –lo llamo así en el sentido literal de la palabra: “trato, comunicación de una persona con otra”-  ya que hace varios meses que no nos hemos dado el gusto de bailar juntos. No puedo jactarme de mis –pobres- habilidades como bailarina… quizá ése sea el problema: que no sé llevarle el paso, él se mueve en forma y ritmo algo distinto a lo que mis movimientos anticipan, y terminamos dándonos de pisotones o codazos emocionales, claro, cada vez sin intención de daño, pero que por algún motivo han resultado extrañamente traumáticos para su alborotada psique. 

A veces siento que hemos dado un paso adelante, me encuentro feliz y llego a creer que estamos por fin avanzando, pero luego resulta que no: sin yo notarlo, él me guía con un paso hacia atrás, un rápido giro, y volvemos a quedar en donde mismo.

Pudiera deducirse que el problema soy yo, tan acostumbrada a los galanteos que me he vuelto insensible, frívola y descarada; pero no es así.  Sin falsas pretensiones, me parece justo afirmar que  me gusta la equidad, y en las personas con quienes entablo algún tipo de relación, busco la misma característica. Aunque no es posible estar el 100% del tiempo disponible para nadie, me llenan de satisfacción los mensajes contestados, las llamadas periódicas. Qué importa que pasen horas o hasta un par de días desde que se recibió, siempre continuar la danza con un paso más, procurando seguir el ritmo; como en toda coreografía, habrá sus errores, pero eso no es lo importante.

La lambada es divertida mientras que la pareja quiera seguir bailando… pero creo que yo con él, ya me estoy cansando. Lo maduro sería reconocer que estamos en éste baile de dos, y si las cosas están así, es por culpa de los dos; en vez de dejarme llevar por sus irregulares movimientos y seguir bailando.

Quizá secretamente él prefiere bailar a ritmo de otro son, dar algunos cuantos pasos alegremente y después  soltarme un poco, porque “apretao no se baila cumbia”. Que yo lo siga, posando suavemente mi mano en la suya y moviendo ambos pies, para después dar un giro y caer de nuevo en sus brazos, y así una y otra vez… No. Resultaría demasiado conveniente para él.

O pueda ser que se asustó al entrever en mi escenografía de cuento que a mí me gusta bailar un vals, tan tranquila y coordinada, siguiéndonos los pasos mutuamente con sumo cuidado, pero muy cercanos nuestros latidos y respiración, respetando elegantemente siempre cada espacio… No. Eso suena demasiado utópico.

Y sin importar la música que sea y la coreografía que iniciemos, volvemos fatalistas a nuestra habitual danza, y terminamos bailando como ya es costumbre, lambada. Intermitentes y de mal gusto. Y yo cansada y fastidiada por el calor, cada vez le encuentro menos cuadratura a esto y me están dando ganas de dejar la pista… Pudiera mejor  decidirme a cambiar de música y botarlo a él y a todos los demás. Subir a la tarima, modelar apoyándome en las barras y después trepar muy alto y con gracia bajar despacito e inventarme nuevos pasos… Si. Eso no sería tan malo; al fin y al cabo, en el tubo se baila sola.

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