Hola!! Disculpa que te moleste -dijo, al tiempo que hacía señas de que me moviera para un lado- estás estorbando en mi paisaje... Fueron sus palabras esa tarde, al encontrarme leyendo el periódico en la banca que tenía de fondo un formidable atardecer de sol dorado y cielo multicolor. Tomó, pues, su fotografía y antes de volverme a sentar, extendí mi diestra y me presenté, invitándole a sentarse y preguntandole su nombre. Comezamos a hablar: primero español, después inglés, y finalmente puras pendejadas salpicadas de referencias pop X-generacionales (que parecía ser demasiado joven para entender) e hilarantes doble-sentidos. En un momento reparé en que mi mano descansaba en su rodilla. Sacó de su pequeño bolso de tela un par de paletas rojas -¿quieres?- preguntaba, poniendo una en mi mano sin esperar mi respuesta, alterado el silencio sólo por nuestros ruidos al chupar y por el trinar de dos pajaritos. Cerca, más cerca, sentí sus labios de cereza dentro de mi boca. Sorpresa. El tiempo se detiene...
Durante un largo minuto inundé mis sentidos con su presencia, el mágico misterio de lo que los mortales llaman "química". Inadvertidamente, nuestras miradas se cruzaron; sus pupilas pasmosamente dilatadas y un apresurado "hasta luego" son los últimos recuerdos que guardo de ese encuentro.
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